Dicen que no hay nada mejor para cerrar una discusión que una deliciosa sesión de "sexo reconciliatorio": los gritos descontralados, comentarios irónicos y posibles ruptura de vasijas y platos son reemplazados por respiraciones entrecortadas, gemidos y un complejo enlace de piernas.Lo particular de estas sesiones amatorias es que, en mi caso, suelen ser mucho más apasionadas que aquellas que son "pan de cada día".
A modo de ritual, llego a casa y lo encuentro sentado en el sofá con la laptop encima de sus piernas y escuchando sus cds de blues que tanto adora. Me acerco a la mesa para revisar mi correspondencia, mientras tomo algo helado. Le pregunto como le fue en su trabajo y en vez de contarme el decenlasce del mal episodio del día anterior, responde : bien, nada nuevo.
A veces pienso que lo hace a propósito, él sabe cuánto me molesta que después de no habernos visto durante el día, me responda con una afirmación tan vacía de contenido. Es como cuando uno le responde a su madre cuando simplemente evita hablar con ella y lo único que quiere es ver la televisión. Pero bueno, no pretendo pelear, mucho menos después de haber tenido un excelente día en la oficina.
Me acerco a él y le toco la cabeza, me inclino y con una sonrisa inocente le pido que apague la laptop y me acompañe a conseguir algo de comida. Mitad de semana y el refrigerador vacío. Él se niega con su típica frase: amor, ve tu que yo no tengo hambre.Antes de perder la paciencia me doy media vuelta y muerdo mis labios en señal de descontento, él me mira extrañado y me dice medio exhaltado: no seas engreída.
En fin, abro la puerta, voy , compro y regreso:él nuevamente en el sofá, frente a la pantalla multicolores y murmura: disculpa, no pensé que te molestara el que no te acompañe...
Frente a esas palabras podría pensarse que por cuestiones como aquellas uno no debe hacer tanto alboroto, argumento razonable si dicho episodio no se repitiera una y otra vez, durante el último año. Dónde quedó esa ternura, cuidado de cuando empezamos a vivir juntos? ya no salíamos al cine los viernes y nuestro perro ha pasado de ser una visita temporal en casa de su hermana, a ser otro miembro más de su familia.
Simplemente le respondo que no deseo hablar con él y que me deje en paz. Él me mira fijamente, yo me hago la de la vista gorda, deja el laptop sobre la mesa y se acerca a mí con ese rostro de deseo que sólo pruebo cuando estamos en la cama por la noche. Sí, aunque tengamos problemas el sexo sigue siendo estupendo, como si nuestra relación fuera inversamente proporcional a mis orgasmos diarios. Él me besa suavemente el cuello en un momento de descuido mío y como por arte de magia se enrreda en mi cuerpo y sus labios toman posesión de mis puntos más vulnerables. Trato de desenrredarme pues aunque el sólo roce de sus labios en mis orejas me calienta con una rapidez insospechada y trato de mantener mi postura seria ya que si esas cosas no se solucionan en ese momento luego es noticia vieja. Sin embargo su respiración se agita y con ella, todo mi cuerpo me pide que siga su ritmo.
Terminamos en la cama, desnudos y satisfechos; una vez más cerramos la discusión en la forma que mejor sabíamos hacerlo. Luego de lo sucedido, él intenta enrroscarse en mi pecho, mientras que a mí lo que verdaderamente provoca es encender un cigarrillo.
Miranda Holmes.